Confirmadas las fechas, resueltos nos dirigimos, en una expedición dividida en dos grupos, (por si se estampaba el avión, que quedara alguno para sacarle provecho a la muerte de los demás) a nuestro destino: Berlín.
Nada más tomar tierra tomamos cerveza, que se convirtió en una constante hasta el día de partir a casa (nos olvidaremos a propósito de nuestro paso por tierras de come-baguettes).
Berliner Kindl, Flensburger, Jever, Becks y un sin fin de ellas nos rodearon en todo momento, lo que convirtió nuestra visita en una especie de paraiso en la tierra.
Alojados entre el distrito de Schöneberg y Kreuzberg, gracias a nuetros anfitriones Peer y Shasta, nos dispusimos a recorrer la ciudad (mención especial a uno de los nuestros que se fugó en un coche para darse un baño en el Báltico) o mejor dicho sus bares, desde el Hotel Rock and Roll, al bar del Elefante, de los mercados turcos al Spar de la esquina, siempre con botellas de 0,5 en la mano.
Palabras clave para la supervivencia: EIN BIEREN VON FASS, GROß. Funciona!!
La noche del jueves acabamos en lo que sería a partir de entonces nuestra segunda casa: el Clash.
Por la mañana temprano, el viernes, fuimos a desayunar donde Boris Becker perdió la inocencia. Y, de nuevo nos pusimos en marcha, aprovechando el tiempo por el barrio antes de la prueba de sonido en el que sería el primero de los conciertos, el Wild at Heart. Desplegamos todas nuestras dotes de encandiladores esa noche, a pesar de ciertas vicisitudes con las que no contábamos.
¿Qué decir de los Gagarin Brothers? Bueno, hay muchos rusos en Rusia. Tocan genial, pero quizá con La Cucaracha no llegaban a nuestra fibra sensible. Por lo demás, bien.
Lo mejor de la noche: unos bocadillos de butano (si, si, butano -no podría explicarlo-).
El sábado fue una especie de copia del viernes, por lo menos durante el día: hablábamos de lo competitivo en precio que es el metro de Berlín, no dejamos un mural sin fotografiar ni una botella llena. Fieles a nuestro espiritu solidario llegábamos puntuales a los puntos de reunión para cargar equipos y demás.
Un gran abrazo a la gente del Clash, Robin y compañia que tan bien se portaron con nosotros, desde el primer momento nos sentimos como en casa.
Destacar que el Babelsberg ganó 3-0.
Fue una noche cojonuda, a pesar de algun problemilla con el sonido, el público se portó de puta madre, y eso que tocaban despues los 44 Leningrad (bravo por ellos).
Después hasta altas horas cantando canciones da nosa terra. Tenemos que volver.
Decir también que la gente del Clash nos rellenaron hasta dos veces y media una enorme nevera con cervezas
El domingo aprovechamos para ver algo de cultura y los mercadillos de Casiopea y otro que no recuerdo el nombre (Mauerpark creo), donde había miles de humanos en un Karaoke al aire libre. En fin. Eso si, siempre bien acompañados de Flensburger nuestra gran amiga de 0,5.
En este viaje no se maltrató ningun animal que nosostros sepamos.
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Nada más tomar tierra tomamos cerveza, que se convirtió en una constante hasta el día de partir a casa (nos olvidaremos a propósito de nuestro paso por tierras de come-baguettes).
Berliner Kindl, Flensburger, Jever, Becks y un sin fin de ellas nos rodearon en todo momento, lo que convirtió nuestra visita en una especie de paraiso en la tierra.
Alojados entre el distrito de Schöneberg y Kreuzberg, gracias a nuetros anfitriones Peer y Shasta, nos dispusimos a recorrer la ciudad (mención especial a uno de los nuestros que se fugó en un coche para darse un baño en el Báltico) o mejor dicho sus bares, desde el Hotel Rock and Roll, al bar del Elefante, de los mercados turcos al Spar de la esquina, siempre con botellas de 0,5 en la mano.
Palabras clave para la supervivencia: EIN BIEREN VON FASS, GROß. Funciona!!
La noche del jueves acabamos en lo que sería a partir de entonces nuestra segunda casa: el Clash.
Por la mañana temprano, el viernes, fuimos a desayunar donde Boris Becker perdió la inocencia. Y, de nuevo nos pusimos en marcha, aprovechando el tiempo por el barrio antes de la prueba de sonido en el que sería el primero de los conciertos, el Wild at Heart. Desplegamos todas nuestras dotes de encandiladores esa noche, a pesar de ciertas vicisitudes con las que no contábamos.
¿Qué decir de los Gagarin Brothers? Bueno, hay muchos rusos en Rusia. Tocan genial, pero quizá con La Cucaracha no llegaban a nuestra fibra sensible. Por lo demás, bien.
Lo mejor de la noche: unos bocadillos de butano (si, si, butano -no podría explicarlo-).
El sábado fue una especie de copia del viernes, por lo menos durante el día: hablábamos de lo competitivo en precio que es el metro de Berlín, no dejamos un mural sin fotografiar ni una botella llena. Fieles a nuestro espiritu solidario llegábamos puntuales a los puntos de reunión para cargar equipos y demás.
Un gran abrazo a la gente del Clash, Robin y compañia que tan bien se portaron con nosotros, desde el primer momento nos sentimos como en casa.
Destacar que el Babelsberg ganó 3-0.
Fue una noche cojonuda, a pesar de algun problemilla con el sonido, el público se portó de puta madre, y eso que tocaban despues los 44 Leningrad (bravo por ellos).
Después hasta altas horas cantando canciones da nosa terra. Tenemos que volver.
Decir también que la gente del Clash nos rellenaron hasta dos veces y media una enorme nevera con cervezas
El domingo aprovechamos para ver algo de cultura y los mercadillos de Casiopea y otro que no recuerdo el nombre (Mauerpark creo), donde había miles de humanos en un Karaoke al aire libre. En fin. Eso si, siempre bien acompañados de Flensburger nuestra gran amiga de 0,5.
En este viaje no se maltrató ningun animal que nosostros sepamos.
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